
"Entraba un día en la casa de vecinos donde tenía su

-¿Quieres que te pinte?
Quería robarle por un momento aquella tristeza regalándole una sonrisa."

"Señó pintó, señó pintó. Pínteme a mí, pínteme a mí, señó pintó -le pedían los niños.
-Don Migué, don Migué, que quiero que pinte usté a mi niño -le pedían las madres-. Haga el favó, señó pintó."
"¿Sabes una cosa? La pasión por los niños que siempre he tenido, aquel callejón sin salida con aquel con aquel bullicio diario, aquella plaza me hicieron vivir uno de los momentos más felices de mi vida."
"Ofreciendo caramelos y con su magia de la papiroflexia mil veces repetida conseguía pintar a muchos de ellos.
Niños pobres, de mirada ausente con un alma que se asomaba descarada a aquellos ojos que el pintor se empeñó en plasmar. Niños reflejo de una época, de una sociedad. Niños de ambientes sobrados de posguerra. Niños que atraían a Miguel porque le hacían sentir la realidad que se vivía y se sufría. Niños bien distintos a otros niños vestidos de pulcritud y buena educación perfumada en agua de colonia que vivían en islas a las que el pintor no le interesaba viajar."
"Rubilla", la niña de las trenzas largas y la ropa desgastada y corta, heredada a buen seguro de alguna hermana mayor. Ganó con él un premio. No quiso el dinero. Se quedó con el cuadro."
"Hubo días en que llegaba al estudio y se encontraba una cola de madres y niños esperándoles en medio de una algarabía tremenda que iba apaciguando como mejor podía.
Pintor de los niños pobres. En una ciudad pobre. En un país pobre.
El hombre también vive de satisfacciones.
Y esos niños le dieron muchas. El placer de pintarlos, el gusto de escuchar aquel bullicio permanente con sus travesuras y sus ires y venires haciéndole sentir mucho menos solo de lo que se sentía. La recompensa de ganar con dos cuadros de niños dos Premios Nacionales de pintura, siendo Tercera Medalla en la Nacional de Bellas Artes en 1954 por "Pequeños" y en 1956 Segunda Medalla Nacional por "Campanilleros". Ambos irían a parar a los Museos de Badajoz y Granada.
Celestino Fernández Ortiz escribía en ABC el 2 de marzo de 1954:
"No son niños de siempre risueños y simples, como un canto incondicional a la vida. Nada de eso. Los niños de Pérez Aguilera tienen alma y de ahí la ternura. ¿Qué piensan? ¿Qué sienten? ¿Qué anhelan? Nos preguntamos en cada cuadro, como si en el fondo se nos removiera la vieja, socrática duda, de si el niño es un hombre que no ha crecido o el hombre un niño que se ha hecho mayor. Porque aquí, en sus cuadros, tratados con exquisita emoción, está implícita, como anticipada, en su compleja grandeza, todo lo que la vida tiene de melancolía y de alegría revueltas."
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