martes, 26 de enero de 2010

PÉREZ AGUILERA TRAS LAS HUELLAS DE MATISSE

El Mundo, sábado 16 de enero de 2010

CARTOGRAFÍAS URBANAS. EVA DÍAZ PÉREZ

PÉREZ AGUILERA TRAS LAS HUELLAS DE MATISSE


El pintor visitaba el mercadillo de El Jueves buscando obras que el artista francés abandonó tras su marcha precipitada de Sevilla en 1911. Una reciente exposición evoca la Sevilla de Pérez Aguilera.

Durante 50 años, el pintor Miguel Pérez Aguilera recorrió el mercadillo de El Jueves. No faltó a su cita cada jueves hasta que le fallaron las piernas. Pero ¿qué buscaba en los tenduchos con curiosidad? La galería Birimbao acaba de clausurar una exposición dedicada al pintor con motivo de los seis años de su muerte. Sus abstracciones, los paisajes, los retratos sirven para recorrer la biografía artística de un pintor singular que nació en Linares y que llegó a Sevilla en 1946 como profesor de Dibujo del Natural en la Escuela Superior de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría.



Pero ¿por qué razón visitaba con ansiedad el Mercadillo de El Jueves? La historia se remonta a un viaje que realiza a París. Recorre la ciudad mítica bebiendo a sorbos las imágenes atrapadas en su imaginario, pintando con una mirada aún impresionista y detallando lienzo a lienzo los alrededores de Notre Dame.

Un día acude a una fiesta en la Escuela Superior de Bellas Artes. Acostumbrado al ambiente de rancia beatería de la escuela sevillana, se sorprende con la animación despreocupada con la que los alumnos bailan con las modelos desnudas. Y descubre a Henry Matisse.

En el libro biográfico Miguel Pérez Aguilera. El pintor de los silencios (Renacimiento), Pilar Lebeña Manzanal desvelaba lo ocurrido en aquella fiesta. El pintor andaluz se dirige a Matisse para saludarlo y éste, al saber que da clases en Sevilla, recuerda un viaje a la ciudad en 1911.

Matisse se había hospedado junto a su esposa en un pequeño hotel en la Plaza Nueva llamado Fabián España. Son días fantásticos donde Matisse se sorprende por la fuerza de la luz y el extraño aire que se esconde en las sombras. Aguilera pensaba que las manchas de color en la obra del pintor francés demostraban cierta relación “con los abanicos y los pañuelos gitanos”.

Sin embargo, la felicidad de Matisse no dura demasiado. El artista tiene que salir precipitadamente de Sevilla porque su mujer cae enferma, pero las prisas hacen que abandone bocetos y cuadros pequeños. Esta revelación obsesiona a Pérez Aguilera. “Saber que había dejado en Sevilla parte de su obra pequeña hizo que durante años y años visitara el mercado de El Jueves cada semana en busca de un cuadro de Matisse. Hasta que me han fallado las piernas no he abandonado el empeño”.

Todos los jueves Pérez Aguilera acudía al mercadillo, incansable en una búsqueda que iba adquiriendo tintes épicos. El pintor indaga en cierta entraña secreta que Matisse hubiera dejado en Sevilla. Imaginaba apuntes del natural sobre vistas de la ciudad, quizás matices inesperados de atardeceres sevillanos.

Pero ¿había influido realmente Sevilla en Matisse? Es la pregunta que se hizo Pérez Aguilera. Remontémonos a su llegada a la ciudad en enero de 1946, cuando ocupa su plaza en la Escuela de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría, que dirige José Hernández Díaz.

El pintor descubre que los alumnos pintan a una modelo tapada con gruesos cortinajes y rodeada de cacharros de cobre. A pesar del “prometedor” comienzo, no se derrumba y anuncia al director que necesita modelos desnudas y caballetes grandes para huir de las obras-estampita. Pero chocará con el mismísimo cardenal Segura, que controla la escuela. Como le diría su amigo Ramón Monsalve: “Esta es una Escuela con unas directrices: hacer no sólo artistas, sino artistas cristianos. No sabes dónde te has metido”.

Pero a Pérez Aguilera le salvará otra Sevilla, la ciudad y sus luces, las dimensiones invisibles que se esconden tras la postal. Y sus alumnos: Santiago del Campo, Carmen Laffón, Paco Cortijo, Jaime Burguillos, Juan Romero. “El hombre vive de satisfacciones”, decía quien se llevó en sus abstracciones el sol airado de Sevilla.

LOS ESCENARIOS DEL PINTOR
Miguel Pérez Aguilera, a su llegada a Sevilla, se hospedaría en la Pensión Delgado, luego en otra de la calle Vidrio cuyo nombre no lograba recordar y ya por fin en la plaza de la Alfalfa, en el Parador del Sol. En aquel año 1946, la escuela Superior de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría se encontraba en el edificio que había sido la casa-estudio del pintor Gonzalo Bilbao. Con los años, el lugar estaría ocupado por la Facultad de Ciencias de la Información y ahora haciendo funciones de anexo de la de Bellas Artes. En aquella época, el edificio estaba detrás de la cochera de los tranvías y frente a una carbonería de la calle Arroyo. Precisamente, a esta carbonería acudían los alumnos de Pérez Aguilera para pedir trozos de cisco, ya que él desterró el difumino de sus clases.

EL BOHEMIO Y EL CARDENAL. Entre los buenos amigos que Pérez Aguilera tuvo en la escuela de Bellas Artes, donde nunca se encontró a gusto a causa de su visión moderna de la pintura, estaba Ramón Monsalve, Sebastián García, Antonio Cano Correa, fallecido el año pasado con cien años y que había conocido en Granada, y a su mujer Carmen Jiménez. Un inesperado aliado en aquel ambiente opresivo y academicista fue también el extravagante y bohemio Romero Ressendi. Miguel Pérez Aguilera recordaba con alegría el día en el que Romero Ressendi inauguró una exposición en la Granja Hernal, un lugar que servía como bar y que se encontraba en la calle Velázquez. Uno de los cuadros expuestos en aquella insólita muestra, Las Tentaciones de San Jerónimo, provocó la ira del Cardenal Segura, convertido en censor moral de artistas, así que ordenó descolgarlo porque bajo el santo, Ressendi había pintado a una mujer desnuda. Estas situaciones reconciliaban a Miguel Pérez Aguilera con la ciudad, al comprobar que no todo estaba muerto y apolillado.

lunes, 25 de enero de 2010