Ante mi cara de sorpresa se dió cuenta, y se nos pusieron los pelos de punta a las dos. Acabamos abrazadas, yo llorando, en la Plaza de la Encarnación. No sé qué pensaría la gente que iba en el autobús y presenció la escena. Allí me contó que mi padre la pintó una vez con un chaleco de rayas amarillas y azules, y que le decía "Ana, sientate, que te voy a pintar, que tienes un pelo muy bonito!".Cuando llegué al trabajo busqué en una página web en la que hay obra de mi padre y el primer cuadro que apareció fue ese, un cuadro que mi padre vendió hace muchos años y que yo no había visto nunca. Lo curioso es que después de ese encuentro sólo nos hemos encontrado en el autobús otra vez, y me enseñó una foto suya, de aquella época, en la Plaza de España, con el mismo chaleco de rayas.
Creo que estos encuentros son un poco mágicos. Una vez leí en un libro de Javier Cercas ("Soldados de Salamina") que la muerte no se produce hasta que la persona no cae en el olvido, y por ese lado creo que mi padre sigue muy vivo.
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