martes, 22 de mayo de 2007

ENCUENTRO CON ANA HIDALGO

Todas las mañanas iba yo al trabajo en el autobús, desde el Polígono de San Pablo hasta la Encarnación. Un día se montó una señora y se sentó a mi lado. Fuimos cada una enfrascadas en nuestros pensamientos hasta que llegamos a Escuelas Pías, entonces ella me hizo un comentario sobre lo que había cambiado aquel barrio desde que ella era una niña que vivía en un corral de la calle Santiago, cuando el autobús llegó a la Plaza de San Pedro me dijo: "¡y esta plaza, que estaba siempre llena de niños jugando!", entonces yo le dije: "mi padre vivió en esta plaza" y me contestó "¿sí? mi madre estuvo limpiando en casa de un pintor, don Miguel".

Ante mi cara de sorpresa se dió cuenta, y se nos pusieron los pelos de punta a las dos. Acabamos abrazadas, yo llorando, en la Plaza de la Encarnación. No sé qué pensaría la gente que iba en el autobús y presenció la escena. Allí me contó que mi padre la pintó una vez con un chaleco de rayas amarillas y azules, y que le decía "Ana, sientate, que te voy a pintar, que tienes un pelo muy bonito!".

Cuando llegué al trabajo busqué en una página web en la que hay obra de mi padre y el primer cuadro que apareció fue ese, un cuadro que mi padre vendió hace muchos años y que yo no había visto nunca. Lo curioso es que después de ese encuentro sólo nos hemos encontrado en el autobús otra vez, y me enseñó una foto suya, de aquella época, en la Plaza de España, con el mismo chaleco de rayas.

Creo que estos encuentros son un poco mágicos. Una vez leí en un libro de Javier Cercas ("Soldados de Salamina") que la muerte no se produce hasta que la persona no cae en el olvido, y por ese lado creo que mi padre sigue muy vivo.

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